Una pareja de Alhaurín de la Torre ha acogido en dos décadas a doce menores afectados por el desastre de Chernóbil

La mesa camilla de la casa de Teresa Siles y Miguel González, en Alhaurín de la Torre, se ha convertido en un álbum de recuerdos con sonrisas que viajan entre Málaga y Bielorrusia. Protegidas por el cristal, Teresa observa con cariño todas las fotos que rememoran momentos únicos con todos sus niños. Días de playa y piscina, excursiones, barbacoas, visitas culturales… Con sus propios hijos, Miguel Ángel e Iván, ahora dos hombres de 22 y 19 años. Pero también sus otros ‘vástagos’, los doce niños bielorrusos de zonas afectadas por la catástrofe nuclear de Chernóbil de 1986, en la frontera con Ucrania, que durante las últimas dos décadas ha acogido en su hogar y que se han convertido en una extensión del núcleo familiar. Tanto es así que mantiene el contacto con cada uno de ellos y con sus familias. Llana, Kola, Dima, Elena, Nastia, Natasha, Pavel, Daniel, Yeni, Sasha y las últimas incorporaciones, Vika y Susa, que estuvieron aquí este pasado verano, son ya una parte más de su vida.

Teresa Siles , que trabaja como camarera, empezó a acoger a niños bielorrusos gracias a su suegra, Josefa García. «O mejor dicho por mi culpa», dice Josefa, quien la primera vez que habló casualmente a Teresa sobre el comentario que había hecho el cura en la iglesia para ayudar a estos niños bielorrusos nunca imaginó que llegaría tan lejos. Cuando acogieron a Llana, la primera niña, su propio hijo, Miguel Ángel, tenía solo dos años y medio. Ella era una adolescente de 14 años muy tímida, recuerda Teresa. Este matrimonio siempre ha pedido a los niños más mayores porque eran los que tenían más dificultades para encontrar familias de acogida. Luego llegó su hermano, Kola, de 16 años. Aunque lo habitual ha sido tener un niño por verano –cada uno puede estar varias temporadas seguidas hasta que cumplen los 17–, en ocasiones le han coincidido dos a la vez. Teresa Siles muestra en su casa de Alhaurín de la Torre las fotos realizadas a lo largo de todos estos años bajo la atenta mirada de su suegra, Josefa García, que fue la que habló a a la pareja sobre el acogimiento de niños bielorrusos.Llana, la primera niña acogida. Patinando con Susa y Vika. / Sur

Años de vida

«En los primeros años, los viajes de los niños los subvencionaba la propia fábrica metalúrgica de Slovin, la población de donde proviene la mayoría de mis niños», señala Teresa. Los niños pasaban aquí 45 días de vacaciones en verano. Ahora pasan casi dos meses. El objetivo es alejarles en lo posible de la zona contaminada. Aquí disfrutan de una buena alimentación –allí la tierra en la que cultivan está afectada– y de mucho sol. Vitaminas para recuperar la salud. «Llegaban todos muy delgados y, a la larga, hay un alto índice de problemas de tiroides o corazón; en un mes y medio podían coger cuatro o cinco kilos, se notaba lo mucho que mejoraban», dice. La mayoría provienen de familias empobrecidas y la falta de recursos sumada al clima frío y a la exposición a la radiación provocan que enfermen más de lo habitual. «Cada mes y medio que están aquí les estamos dando años de vida», dice Teresa. Las familias de acogida corren con los gastos de la estancia: Comida, ropa y ocio.

Noticia de : Diario Sur